Las islas de Barlovento by Elena Santiago

Las islas de Barlovento by Elena Santiago

autor:Elena Santiago [Santiago, Elena]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2012-01-23T05:00:00+00:00


26

Celia se había preparado la cama en una de las barracas desocupadas. Los negros preferían dormir en sus chozas circulares hechas de barro y caña, algo que Celia no comprendía ni quería averiguar. En muchos aspectos los negros para ella eran un misterio, aunque hubiera vivido con ellos hasta los cinco años. Había dormido en sus jergones de paja, había cantado sus canciones africanas y había aprendido su lengua, pero ya a esa edad tan tierna, lady Harriet se la llevaba a menudo a su casa para que no recibiera solo la influencia de las tradiciones paganas de los esclavos, cuyos dioses extraños les hablaban desde el más allá penetrando en los cuerpos de algunos de ellos.

Celia pensó en la mujer blanca y en lo que habían compartido la noche anterior. Akin se había enfadado mucho y quiso matar a la mujer, pero el viejo Abass le había dicho que era voluntad de Ogoun que ella viviera, pues también participaría en lo que estaba por venir. El oráculo había profetizado que aquella noche moriría el hombre blanco, y los tambores así lo habían anunciado. Celia estaba despierta, tenía miedo de lo que iba a ocurrir. Cuando la puerta de la barraca se abrió, se quedó tumbada sin más, porque todo estaba ya escrito.

Robert Dunmore entró tambaleándose en la estancia oscura y estrecha. Más que dejar en el suelo el fanal que llevaba, lo dejó caer; fue un milagro que no se rompiera y siguiera ardiendo tras un breve titileo. Se arrodilló junto a la estera de Celia. La mulata percibió su aliento empapado de alcohol cuando él se inclinó sobre ella.

—Lizzie —dijo con voz confusa—. Te quiero.

Le acarició el cuerpo, le tiró de la camisa y se la rasgó mientras con la boca le buscaba los labios de forma febril.

—Señor, ¡no podéis hacer eso! —Celia lo apartó—. ¡Sabéis que moriremos si lo hacemos!

—¡Déjame, vamos!

—¡No soy Elizabeth! —Ella se zafó de la mano que lo agarraba—. ¡Soy Celia! ¿Oís? ¡Rápido, marchaos antes de que alguien os oiga!

—Tú no eres negra —murmuró él—. ¡No eres negra!

—No, no lo soy. Pero tampoco soy blanca. ¡Y ahora marchaos!

—Puedo pagar —le espetó él—. Espera. Tengo una cosa para ti. —Hurgó en los bolsillos y le puso algo en la mano—. ¿Ves? Te lo puedes quedar. Es para ti. Y ahora quiero… Quiero…

Robert jadeaba con la boca entreabierta, temblando de excitación, y Celia se dio cuenta de que él era incapaz de controlar sus pensamientos y sus sentimientos. Estaba poseído por los espíritus malignos, y ningún argumento, por bueno que fuera, lograría impedir que abusara de ella. La agarró del pecho, se puso sobre ella y la obligó fácilmente con las rodillas a separar los muslos. Notó su miembro en el cuerpo. No podía gritar porque eso sería su muerte. Pero él no podía hacerla suya porque también así ella moriría.

Desesperada, Celia le mordió el hombro, pero eso solo logró excitarlo aún más. Se defendió y volvió a morderle, le golpeó los hombros con los puños e intentó cerrar de nuevo las piernas.



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